jueves, 30 de junio de 2016

LOS CUENTOS DE LA ABUELA


Un motivo para hablar de cuentos



¿Quien te cuenta cuentos como la abuela?, en realidad nadie y creo que mi costumbre de hablar es una prolongación temporal de esa costumbre de contar y contar que tenía mi abuela paterna, la abuela Rosa; menuda, trigueña, más cercana a sus ancestros nativos, cholos santiagueros, como decía ella, que a su hispánica ascendencia que reclamaba.

Así era mi abuela. así la recuerdo, llegando de visita a la casa del hijo emancipado, compartiendo los gustos gastronómicos de mi madre y ubicándose a la cabecera de la mesa, preparada para saborear lo que se le brindaba y dispuesta a comenzar algún relato, de los tantos que sabía.

De esas reuniones familiares, asaltan a mi memoria retazos de las historias que sobre su tierra, Santiago de Cao, contaba y las que amenizaba de vez en cuando con alguna de las tradiciones trujillanas que muy después leí, de esos recuerdos aprendí que antes, las puertas eran hechas con cuero de vaca y que al al diablo le decían el compadre, o que para ser respetado por los brujos había que penquearlos con cinturon de suela o rama de ortiga, hasta que sangre y que los y las infieles han existido siempre.

De estos recuerdos, se me viene a la memoria el cuento del apuesto joven que apareció, así de pronto, en una fiesta familiar y era asediado por las miradas de todas las damiselas que asistían a la reunión y al cual nadie se le negaba cuando era solicitada a bailar, claro está, previa venia de los padres. Nadie sabía de donde provenía tan apuesto joven pero todas se sentían atraídas por el, así paso la fiesta hasta que logró sacar a bailara a la más bella de la reunión, ya se llegaba la media noche y el misterioso bailarín se puso incomodo, pero la pareja no lo dejaba, en eso cantó el gallo y el apuesto desconocido salió corriendo de la reunión, la chica con que bailaba pegó un grito y juraba que le vio que tenía cola y patas de chivo, las octogenarias que asistían a la fiesta se persignaron y comenzaron a orar mientras que la dueña de la casa sacaba el agua bendita para rociar por todos los ambientes.

Así como la anterior, la abuela contó muchas historias más, como la de la comadre que se convertía en  chancho para fastidiar al compadre que andaba en infidelidades y que cada noche venía muy tarde de sus cuitas de amor; convertida en tremendo porcino o mejor porcina, la comadre le cerraba el paso al compadre, este molesto y sin asustarse un buen día saco su  puñal  y lo hundió en uno de los costados del animal. Al día siguiente la comadre estaba en cama con una delicada herida a la altura de las costillas; así contaba mi abuela y al igual que no me olvido su rostro, tampoco olvido sus relatos y es más creo que debo prepararlos para los nietos que vendrán.

Cuenta cuentos, no por ser abuelo, sino porque las historias de la vida merecen permanecer en la eternidad de la memoria, gracias abuela.

   

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